Un soldado obtuvo un hacha mágica entre su botín de guerra. El hacha le otorgó una gran fuerza con la que aniquiló a sus enemigos, pero igualmente terminó abatido de forma infame. Pero el hacha no lo dejaba descansar. Aún demandaba sangre. La maldición del hacha lo reanimó como un espíritu iracundo, forzado a acechar los campos donde grandes soldados cayeron, cegados por la sed de la batalla.